CASAS SERRAT EMOCIONES ENCONTRADAS

CASAS SERRAT EMOCIONES ENCONTRADAS

Aconsejan los mayores que la venganza es un plato que debe comerse (o servirse) frío. Pero las emociones deben escribirse, como es el caso, en caliente (por tarde que sea, la una menos diez de la madrugada) Y hay motivos sobrados para describir una serie de emociones encontradas en la tarde-noche de un 18 de diciembre de 2018. A las siete (no es un horario taurino, ni mucho menos. Aunque el personaje lo sea) tocaba la presentación del libro de poemas (yo lo calificaría de glosario de la irreverencia) de Angel Casas que bajo el título de “Navidad no, gracies” resume en un cuadernillo de unas cuantas páginas, casi una vida de desencuentros con la religión y sus actores (capellanes, monjas, obispos y arzobispos; cardenales y si me apuran el mismísimo Sumo Pontífice) Allí además del autor (arropado por el grueso de su familia y amigos. Incluso en plan lágrima una de sus nietas se ha atrevido a recitar uno de los poemas) Estábamos una fiel representación de un ayer que se niega a dejar de ser presente, porque no nos fiamos del futuro (no me pidan que desarrolle la teoría, por aquello de no ser yo un políticamente irreverente)…Javier Trías, un Tusquets de toda la vida, Tony Rodríguez, Pitu Abril, Jordi García Soler y un largo etcétera. Faena de aliño del sabio Iu Forn, calificando de gamberro (en el buen sentido de la palabra gamberro) a Angel Casas, que asentía como no podía ser de otra manera. No me extrañaría que en ese momento le viniera a la memoria el compendio de la irreverencia religiosa, cuando no se podía ser irreverente, que nutrió algunas tardes del Sermón de la SER. Poemas de la desmitificación del tradicionarius nadalenç catalá desde un “Fum,fum” que acaba en incendio intencionado hasta un caganér que va y se caga.

Sin solución de continuidad tras los abrazos pertinentes y alguna mirada a la nostalgia de los que allí estábamos y muy poca conversación porque cualquier intento hubiera acabado más tarde de las dos y sin que quedara bicho viviente (el lugar, la hora y el amigo Casas no se merecían una letanía de improperios a la situación y los personajes de la situación) Aunque el secreto está en no perder comba de lo que piensan aquellos que ya pensaban hace unos años. Y lo hacemos a través del Facebook (dónde quedan el fax, el telex y otros menesteres) que no deja de ser un poder fáctico para los que nunca fuimos poder fáctico. De allí por la Ronda hasta el Forum, que hoy actúa Serrat…Lleno hasta la bandera (casi ninguno ha enseñado el carnet de identidad, tampoco el espectáculo era para mayores de 18 años) entre cincuentones a septuagenarios había algún cuarentón que seguro experimentó la adicción a Joan Manuel Serrat por la vía materna o paterna…para los dos menores de 14 (los que yo he visto)fue el abuelo quien a fuerza de la pesadez del cassette (ni siquiera sabía lo del CD y menos de Spotify) ha conseguido enviciarlos en el noi de Poble Sec. Con Mediterráneo ha empezado la cascada de recuerdos y las medias sonrisas cómplices de una época donde la pureza era recompensada con el cielo a la diestra del señor y donde lo contrario merecía el fuego eterno al lado de Lucifer. Lo que trascendía detrás de esos ojos picarones eran pensamientos impuros (a solas, sin que nadie se percate de que fuiste…y lo dejamos en puntos suspensivos, para que los rellenes con verdades o deseos que nunca se cumplieron). Canciones de rebeldía (la que se podía allá por el 71), de un amor imposible (pobres ingenuos) y de algún beso en la oscuridad del guateque a los 15 (para luego contarlo como si fuera la victoria de Normandía). Para otros eran los primeros escarceos del sexo a espaldas del catecismo, guardados en el mayor de los secretísimos. Estoy seguro que ni la más vil de las torturas nos hubieran hecho confesar cualquier exceso en el ataque a la virginidad desde el cielo del amor de un entonces que se alimentaba de las canciones de un Serrat tierno y próximo. Emoción de “mi pueblo blanco” que se entronca con la de Cançó de Bressol, donde nadie quería ser labrador en aquella España de rocío, calor y mosquitos. Y de ahí a la historia libertina de un tío Alberto que fue capaz de transformar un otoño en primavera y acabar en “la piel fresca de unos veinte años después de mil lustros de amor”. Poesía para una voz inconfundible, acorde con su compromiso con la libertad. Después de ver y oír a cuantos nos han hecho partícipes de esta fiesta del ayer (que si fue mejor)se nos antoja echar una mirada atrás por si alguno de aquellos pudiera reincorporarse a tiempo completo al devenir de un mañana incierto. Os esperamos

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