EL MIEDO

Las redes sociales y especialmente algunas personas que conozco y a las que considero con una capacidad intelectual, que para mi la querría, expresan su temor ante la llegada de VOX al Parlamento andaluz y sobre todo se sorprenden de los cuatrocientos mil votos y se preguntan quiénes pueden votar una fuerza política de esa índole. Nadie está detrás de cada votante (solo él y lo que en ese momento cree que le conviene, aunque piense distinto) por lo tanto especular es cuando menos temerario. En un sistema de libertades individuales y colectivas como el nuestro, donde hemos ido conquistando a lo largo de más de 40 años posiciones que hoy son in negociables. Caer en la simple casuística me parece algo falaz. El verdadero debate político tiene que ser sobre las ideas que puedan afectar a nuestro sistema de convivencia. Si lees el programa político de VOX, que no deja de ser la consecuencia de muchos pensamientos diferentes pero que están en nuestra sociedad. Unos muy minoritarios, otros menos y algunos (nos llevaríamos alguna sorpresa) con amplia base social. El sistema político que se ha desarrollado en España tras la dictadura del general Franco, no es exclusivo. Está compartido con el de otros países con profunda vocación democrática desde tiempos inmemoriales. Somos consecuencia directa de las democracias consolidadas después de la segunda gran guerra. Y todo hay que decirlo con conquistas de nuestro nivel de libertades individuales que para si quisieran en algunas de esas democracias europeas. Nada de eso puede perderse, ni siquiera permitirse un retroceso en un verdadero debate de ideas. El electorado que ahora aflora en VOX ha existido siempre desde el advenimiento de la democracia en 1977. Existía un franquismos sociológico temeroso de lo que pudiera perder en el envite democrático, acostumbrados a ganar siempre (era el materialismo puro y duro) Había los que instalados en la tranquilidad, los tiempos nuevos (no se que va a pasar) les perturbaban y había los que desde una perspectiva más ideológica estaban instalados en un nacional catolicismo que no comulgaba con lo que ya existía en países de nuestro entorno. Cuando la democracia se consolida y especialmente después de la victoria de Felipe González, algunos de los materialistas se las gobernaron para instalarse en el mismo materialismo pero de otro color político (los habrá siempre) Los de la tranquilidad comprobaron que esto de la democracia era una fórmula compatible con nuestra forma de vivir y dejaron sus miedos aparcados. Los últimos, los que ideológicamente se alineaban con la dictadura del general Franco, esos se refugiaron a partir del 1982 en Alianza Popular de Manuel Fraga (confiaban en que un exministro de Franco conservara las esencias) y aceptaron la homologación de la derecha española a una Europa que se movía entorno a la social democracia, el humanismo cristiano (democracia cristiana en román paladino) y el liberalismo. Hay dos hechos cruciales en los últimos tiempos que afectan a nuestro sistema de vida (léase convivencia) y a los sentimientos patrios. El debate (de ideas) de cómo se resuelve la problemática de la integración de los inmigrantes (vía económica) o refugiados (asilados) que vienen a Europa huyendo de las guerras y la pobreza. El segundo hecho es la voluntad de una parte del pueblo de Catalunya de elegir su destino, mediante la autodeterminación y que  tuvo su punto álgido con la famosa DUI (declaración unilateral de independencia) y las consecuencias directas de aquella decisión (especialmente la fractura social en Catalunya y una radicalización extrema en la otra parte de España frente a los catalanes independentistas) Con estos dos hechos y un discurso populista. En un contexto de desprestigio de la clase política. La oferta VOX es comprensible. Ahora de ahí a que se ponga en peligro nuestro sistema de convivencia hay un trecho importante que es imposible (subrayo lo de imposible) traspasar, por mucho salto que quieran dar desde VOX (incluso después de un pacto en Andalucía con PP y Ciudadanos) Los políticos actuales deben hacer un gran ejercicio de autocrítica sobre su actuación en estos últimos años (la relajación de las personas, no del sistema nos ha llevado hasta aquí) y poner en marcha medidas consensuadas, como se hizo con la Constitución, para regenerar la confianza de los ciudadanos en ellos y en el sistema. Solo desde esa regeneración seremos capaces de frenar intenciones involucionistas..

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