POR SI ACASO...

Los días en La Ernestina empiezan con el amanecer. Bueno todavía no ha salido el sol cuando nos reunimos entorno al desayuno. Caras de sueño y de esperanza de volver a ver a “nuestras” orcas, porque después de doce horas en la playa siguiendo su trayectoria o su ausencia acaban por convertirlas en el objeto de tus deseos…Como si fueran la mujer o el hombre, según quien mire, más bellos del mundo. Este “oficio” no distingue entre mayores y pequeñitos…una familia mejicana con sus dos hijas ya iniciadas en lo de las orcas recuerdan años anteriores y planean los futuros. Otra familia de San Isidro, Buenos Aires también comparten con sus hijos esta afición. Según cuentan vienen todos los años desde el primer embarazo. No me extraña que los chicos tengan su cámara y conozcan una a una las orcas. Ellos si vieron a Mel…no saben la suerte que tienen y tan jóvenes…

El viento amenaza la mañana, viene de norte. Las orcas cuando eso pasa prefieren otros lares. Al llegar al faro optamos por la pingüinera y a esperar que cambie el tiempo. Las esperas tienen otros alicientes en este paraje maravilloso.

El tiempo no parecía cambiar y echaba nuestras esperanzas por tierra. Pero no solo de orcas viven en estos lares y a falta de ellas uno se pone a observar otros animales. Guanacos, ovejas, caballos y por qué no, algunos pájaros…

Pese al mal tiempo la observación de la ensenada y el mar forman las constantes de esta aventura. Lo único es que cambian las imágenes…

A media tarde regreso a casa…no hay nada que hacer.