A MARVAO HAY QUE IR

Sesimbra ha respondido a las expectativas que teníamos cuando llegamos anoche. Una playa excepcional, la de California (siempre que la mires de cara al mar, si te vuelves no vas a pensar lo mismo) Un castillo, con una muralla larguísima y la sensación de que estás en plena costa alicantina por las construcciones. Cómo un lugar que podía ser paradisíaco se ha convertido en una mole turística sin sentido…Después de un café mientras escampaba y comprar algo de pescado en el mercado municipal (tiene su cosa, pero lo principal es la oferta del mar) Camino del faro de Espichel…que si ha respondido a lo que esperábamos de él (sencillamente espectacular) A su lado la iglesia de Nuestra señora del Cabo, cerrada claro.

Y de allí un largo camino de más de tres horas hacia Marvao (uno de esos pueblos por los que no se pasa pero que tienes que ir, si o si) Lo importante de ese “si o si” es que atraviesas de una tacada todo el Alentejo y eso le da una importancia y singularidad a las tres horas de viaje. El paisaje desde Cabo Espichel (aprovechando los trozos de autopista) te traslada primero a una mezcla de pinos y otras especies (que te hace pensar que estás en El Mediterráneo y no en el Atlántico) Después te lleva al área del vino de Setúbal (rojos, amarillos y ocres por doquier después de la vendimia, cuando la cepa se está preparando para su descanso hasta la tala de los sarmientos) Dejas la viña y empiezas a ver los primeros alcornoques (su base despellejada del corcho que sirve para tapar las botellas de vino, claro) pero todavía rodeados de eucaliptos, pobres. Unos kms más allá comienza realmente un paisaje que no te abandonará hasta la conurbación de Elvas. Las innumerables dehesas donde la encina, el alcornoque, los castaños depende de la altura sobre el mar…algunos pinos, los menos. Allí pastan ovejas, vacas, caballos y algunos cerdos (uno espera ver la gran piara de cerdo ibérico que se concentra en esta parte de la frontera con España, pues no. Cuatro y mal contados. Aunque estar, están) Pasas por lugares que forman parte de la historia de Portugal como Estramoz, donde su imponente Castelo destaca en lo alto de la colina que domina esta localidad y otros muchos de este camino hasta Marvao. Llegamos con una lluvia amenazadora y cumplió con la amenaza, ha caído en dos minutos todo el agua. Rápido al restaurante (unas migas con algún ribete de cerdo ibérico, todo aderezado con castaña. Estamos en el sitio y en el momento) Aclarado el día, desde este enclave se domina la más amplia vista del Alentejo (viéndola uno piensa que valía la pena el esfuerzo) Aprovechando el sol (no sea que se acabe) visita a este pueblo peculiar y a su Castelo del siglo XII pero restaurado en el XVII. Lo que denota que Marvao no es un lugar de paso, sino que hay que ir para degustar su singularidad es que no hay tiendas de souvenirs, solo algunos restaurantes, sin ser dominantes y eso comparado con otros pueblos como Óbidos es una muestra de la dificultad de llegar a los 860 metros de altura (hoy le añadimos un viento gélido a 8 grados que tiritaba al más pintado) Y rápidamente para aprovechar los últimos rayos del sol y la claridad de este noviembre (aquí anochece a partir de las 5 y media de la tarde) a Elvas…continuamos por le Alentejo con la misma tónica (esta jornada he cambiado dos baterías a la gopro) Al llegar el sorprendente acueducto de la Amoreira…y después la ciudad amurallada que es Patrimonio de la Humanidad. Intramuros, la catedral vieja, el Castelo, las fortificaciones abaluartadas, que realmente son las murallas, las diferentes iglesias de las congregaciones de entonces (clarisas, dominicas, franciscanos y especialmente jesuitas que aquí fundaron la universidad) Un recorrido por este centro histórico y dejamos para mañana lo de extramuros, los fuertes de Graça y Santa Luzia, así como alguno de los fortines de esas órdenes religiosas.  Por hoy ya hemos completado el día…