Las previsiones meteorológicas para la zona del Parque Nacional de Las Torres del Paine hacían presagiar que no veríamos con toda nitidez (no como a nuestra llegada a Tercera Barranca, que terminaron en un contraluz muy ello) las torres, ni los cuernos, ni el Paine grande. Incluso lo que fue la noche podrían seguir cubiertas y nevando en la cumbre. A poco de las seis de la mañana, con los primeros rayos de sol, las torres tenían una ligera niebla que cubría sus cimas, pero el viento y especialmente el sol que iluminaba sus bases nos hacía pensar que el “milagro” podría darse en pocos o muchos minutos. Al campo, era la mejor manera de prepararnos para cualquier circunstancia. Primero una mofeta, aquí conocida como zorrino, nos sorprendió a la orilla del riachuelo…más tarde un grupo de guanacos y uno de pocas semanas. Vigilados en todo momento por tres cóndores con malas intenciones. Mientras volvíamos una liebre descarada se nos quedó mirando desafiante, aunque al primer paso antes caso de disparar la cámara, desapareció como el rayo (para eso era una liebre). Después unos “gauchos” pasaron por la campiña, mientras las torres se iban despejando del manto de niebla. Casi era el momento, pero había que seguir esperando. Nos quedaban los caballos en el cercado y las ovejas usadas por un perro entrenado para completar la fauna patagónica y todo eso antes de desayunar. Pues si antes de desayunar emergieron de entre las nubes las torre del paine y los cuernos iluminados por un sol mañanero que hizo que este día, donde lo previsto es una huelga fotográfica, se convierta en el día de las mil y una fotos. Como la digital lo aguanta todo, venga darle al disparador y aprovechando el zoom plasmar la imagen de este macizo por derecho y por revés… Tras el desayuno coche y a buscar el Parque Nacional (pero de camino, lo que nos faltaba para completar la fauna de este Chile austral…el choique (o avestruz) y los cacharitos (sus polluelos)) Pero no uno, por lo menos doce en el mismo prado, aunque fuera muy grande. Pagas la entrada, unos 30 € por barba y a recorrer los 60 kms que te separan del Lago Grey con su glaciar al fondo. Primero hacia el Mirador de Los Cuernos. Con un sinfín de paradas para la foto de rigor (que si n lago y montañas, que si los cuernos al sol, que si conjunto es de postal). Pero llegamos a la Hostería Pueto y de allí con una ventolera que te tiraba al suelo (a una pareja la tiró literalmente) hasta el Salto Grande (espectacular, fotos en Instragram). Algunas rachas hacía que la arena te golpeara con cierta violencia. De ahí hasta la hostería Pehoe (se pronuncia “pegüé”). Comida a base de empanadas de centolla y lago más. Lo curioso de esta hostería es que para llegar tienes que atravesar un puente que lo une al continente(está en una pequeña islita)… Empieza a llover, todo está cubierto de unas nubes muy compactas y decidimos seguir ruta a Puerto Natales…la carretera de una belleza singular con “los notros” (árbol autóctono) en flor que tiñen de rojo las bases de las montañas y forman un conjunto cromático con la nieve de la cumbres. Pero de extrema dificultad debido a lo irregular del piso (ahora asfalto, hora ripio). Llegamos a Natales después de pasar los lagos Toro, Sofía y llegar al Océano Pacífico. Un pueblo dedicado al turismo, tanto de mar, como de montaña y que sirve de base para cualquier actividad que tenga algo que ver con el Paine. Natales tiene un punto singular en este recorrido, aquí se puede pedir pescado fresco (viene del Pacífico). Pues con esas acudimos a un restaurante local “buena Esperanza” donde el congrio es, hoy, el plato estrella, bien de precio…para dormir, enfrente, hotel Vendaval…tranquilo y muy recomendable. Ya no se cuantas fotos hemos hecho, pero seguro que después del “milagro” serán más de mil…