CAPÍTULO 21

Dice André (el “franchutis”) con esa sabiduría que le caracteriza y que nos la muestra a cuenta gotas, no sea que al final aprendamos todo lo que sabe, que este Camino de Invierno, hasta aquí, en Chantada tiene dos imágenes que quedarán impresas  en nuestra retina para los restos (cuando llegas a ese punto donde le dices al otro ¿te acuerdas?) Una es el conjunto de las Médulas desde el mirador de las Pedrices y otra es en la bajada a Belesar, a poco de llegar al puente sobre el Miño y observas allí enfrente el conjunto que forman las aguas de “o noso pai o Miño” con las cepas de Mencía, godello, treixadura, loureria, caiño y otras que no vienen al caso. La imagen es como en la tele, pero en directo y bajo un orballo que hace más Galicia que un día de sol (aunque volveré con sol para contrastar) Algunas hojas verdes, otras cobre, otras rojas, otras ocre, pero todas con el sabor al esfuerzo máximo del ser humano para cosechar algo en unas laderas de difícil acceso y en permanente desnivel de más de 300 metros. Dicho esto, hay que volver a una etapa con todas las características de un Camino por el interior de la Galicia profunda. Asfalto en las corredorias entre parroquias y sus aldeas. Siguiendo las líneas de los lindes a piedra y musgo. Helechos en marrón que colorean las carballeiras con árboles centenarios. Alfombra de hojas de carballo. Otras en verde y marrón oscuro de las castañas caídas y que nadie recoge. Castaños centenarios cargados de fruto para un marrón glacé o una tarta de castañas de los restaurantes de la zona. Orballo como invitado de honor en esta etapa. Hasta que llegas de Diomondi, visitas su iglesia del siglo XII (pese a que queda a cien metros del Camino es de obligado cumplimiento) y afrontas una bajada de 1700 metros (después de dejar la Portela) de extrema dificultad, primero porque el camino está sustentado en piedras que con el agua de la lluvia se convierten en una pista de hielo en vísperas de noche buena. Luego porque la pendiente hace peligrosa la travesía. Los palos del camino son imprescindibles en toda la bajada. Los pasos cortos y lentos, cada pie ha de pensar donde se pone el otro. Terminas por pisar (en barro) allí por donde han dejado sus huellas los jabalíes. Toda una aventura hasta Belesar donde te topas por primera vez con el Miño (vamos el Nilo de Galicia) Dice nuestro taxista, Juan, que hay un dicho que “el Miño pone la fama y el Sil pone el agua”, será porque el Sil lleva más agua que el Miño, será (no voy a discutir con el que sabe) Te topas con un paisano que en el bajo de su casa tiene una bodega donde las barricas, de esas que no se llevan (sobre los 600 litros) de más de cien años de antigüedad. “Yo las conocí de niño” nos dice y el abuelo nunca les contó si las había heredado. Todo un “enólogo” de la vida. Pasas el puente para enfrentar los últimos kms hasta Chantada en riguroso ascenso a los cielos entre viñas.

Ya en Chantada encuentro con Vicente (sherpa oficial) aquejado de “ostritis” (no les voy a relatar el diagnóstico) Reserva el el mesón…(no quiero acordarme de su nombre, por respeto a sus trabajadores que no tiene la culpa) Nos levantamos de la mesa haciendo mutis por el foro y nos vamos a A Faragulla (que suerte la nuestra) Un lugar espectacular que nos han acomodado dentro del lleno hasta la bandera que tenían este sábado. Exquisiteces regadas con un monovarietal de loureira y un Urbanita Mencía del 22. Todo lo que pidan es de una elaboración extraordinaria, desde el prensado de lacón y cachucha hasta un bonito al ajoarriero o cosas a la brasa. Los postres, pidan el que quieran, no les va a defraudar. Luego a base de algún orujo de Chantada o del Ulla a la espera de la última incorporación, Pope que llega a comer (como si no hubiera un mañana) se había levantado a las seis y estaba con un miserable bocata de “no ti fixis” made in aeropuerto del Prat. Se nos quedó en la cuneta (antes de empezar este del “Invierno” el bueno de Luis (ya pensando en el 25) Mañana…lo decidiremos en el desayuno a eso de las siete y media según el estado físico de Vicente…