Desayuno a la turca en Zâs y el capitán ordena zarpar hacia Kekova. De nuevo el fantasma de la mala mar crea un cierto desconcierto entre los pasajeros…Pero es por poco tiempo. El capitán busca el abrigo de la costa y poco más de una hora entra en un canal que por aguas mansas nos lleva hasta Kekova la ciudad romana cubierta por las aguas. Muy interesante con casas inundadas, algunos sarcófagos de la época y de frente una pequeña población, turística, que custodia un castillo romano y una ruinas griegas, dicen los libros…visita obligada con compras a las señoras del lugar. Regateo correspondiente y tras ser engañados como corresponde a nuestra condición de turistas a comer. De nuevo sorpresa del chef. Unos pimientos rellenos de arroz y carne…estaban de cine. Después de comer zarpamos hacia un lugar de ensueño un especie de lago marino donde nos rodeaban unas piedras con cabras incluidas…
A la voz del capitán de “temperatura del agua 22 grados” las chicas al agua y otras y otros al kayak y el paddle surf (pijos)….tarde de relax contemplando a las cabras y otras “cabras” de agua claro…. Paro que llega el aperitivo. Quesos varios, olivas de clases diferentes y bebidas al gusto. Dos se despacharon con un gin tonic a la británica (el poder del brexit). Y todos al unísono pendientes de una “barbacoa” marina, eso si sin pescado (no tocaba). Carbón al uso y verduras de todas clases, unas guindillas de las de morir en el intento o callar, llorar y esperar que muera el de al lado. Menos mal que la amistad en este caso se ha impuesto. Y se las hemos dejado a los peces que por aquello de vengarse del vengador a las cuatro de la mañana han comenzado a balancear el barco para despertar a los autores del “a los peces”.
La cena se ha completado con un surtido de brochetas de pollo, kebap y cordero acompañadas de un chimichurri al “despertar de la almorrana” una crema que las señoras han acaparado (debía llevar algo de Chanel) y unas verduras estofadas dignas de cualquier restaurante de Tudela. Hemos vuelto a los Vascos en tinto y un Chablís en blanco que ha caído bajo la voracidad etílica de determinadas personas adictas a este tipo de vinos.
La lluvía ha hecho que el “fuego” de campo se trasladase al interior del barco y la conversación transcurriera sobre la seguridad de los hijos (en este caso concreto nietos porque la edad de los conversantes no es para menos).
Las luces exteriores del barco atraían a peces pequeños en un banco y nos distraímos observando como el pez grande se come al chico (un pez aguja era el atacante). Aquí se hace horario de gallinas “a las diez a dormir” aunque algunos alargan lo de madrugare a como si fuera domingo y no tuvieran que ir a comprar el croissant del Bonaparte….