SANTANDER CON ESTILO 17/11/22

Era el día idóneo para el turisteo. Santander, la ciudad que mira al mar, moderna en edad (surgió del incendio de finales de los cuarenta) tradicional en costumbres (la montaña marca mucho el carácter) y elegante en su manifestación diaria. Paseo de Pereda, el Sardinero, el Palacio de la Magdalena, la plaza porticada, la plaza de Alfonso XIII, el paseo de Victoria Eugenia…y algunas más que merecen un recorrido sosegado contemplando los raqueros de Cobo al lado del náutico del puerto chico. Luego lo contemporáneo (es casi todo) el Centro Botín diseñado por Renzo Piano o el Palacio de Festivales de Cantabria que destaca por ese verde que entronca con el de las montañas que rodean a la capital, lo señorial distinguido en el Hotel Real. A un tiro de piedra de Pedreña o si prefieren a un paseo en ferry…el campo de golf del que surgió uno de sus mitos, Severiano Ballesteros. El día comenzaba en el Bar Suizo, esquina con Paseo Pereda, mucho desayunador con cara de funcionario, algún turista despistado (nosotros y dos que yo haya contado) Lugar de encuentro o de los 30 minutos de oficina con café, bollo y pequeños tentempiés para aguantar hasta el aperitivo. Más tarde paseo en barco (aquí han sustituido al trenecillo de obligado cumplimiento en las ciudades) y paseíto por la bahía hasta Somo, ida y vuelta en menos de una hora para ver Santander desde la otra orilla. Visita a la catedral, que sorprende por su majestuosidad exterior y su claustrofobia interior (es bajita)…luego está el mercado del este a modo del de San Miguel en Madrid u otros como el de Sevilla, donde hay de todo menos los tradicionales “abastos” que definían la palabra mercado…ahora tocan “ultramarinos” prefabricados y en bolsas de plástico. Comida en la Bodega Cigaleña (originaria del pueblo de Cigales, recuerden las morcillas) Un museo del vino, con una carta más afrancesada e internacional que española, aunque sus referencias patrias son excelentes pero escasas. Comida de las “bien hechas”, rabas y croquetas para abrir boca y un pilpil (a su modo) de plato principal, donde destacaba el bacalao…arroz con leche (homenaje a las vacas cántabras) En cuanto al vino un D.O Monterrei blanco del 2015 (demasiada barrica) y servido a temperatura ambiente (hasta que la cubitera hizo su trabajo) A mi ver un error del somelier permitir tal cosa. Pero por lo general recomendable este sitio. Entramos a las dos con sol radiante y salimos a las tres y cuarto con lluvia. Buscamos las escaleras mecánicas de la calle Lope de Vega y a la carretera hasta Liérganes (aquí y ahora) un pueblo con historia, con un centro histórico que responde a la definición, su puente medieval y casas blasonadas, alguna de factura indiana. Se nota la nobleza de sus antepasados…el cartel reza “Pueblos Bonitos de España” merecidamente. Un lugar para el the comunitario (aquí lo sustituyen por un chocolate con churros de las seis de la tarde) y noche cerrada con algún conato de sirimiri nos lleva hasta el hotel a hora temprana…ha ganado España en un partido de solteros contra casados y a esperar el mundial. Una tarde redonda.