LA CAMARGA

El objetivo esta mañana, como siempre en Francia, es encontrar una población donde haya mercado semanal. Hoy es jueves y ayer precisamente fue en St-Remy de Provenze (de lo mejor de Francia). Preguntamos en el hotel y nos dijeron que hoy tocaba en Maussane-les Alpilles. Allí que fuimos y si bien no es tan grande como otros de la zona, si respondía a las espectativas. Por cierto compramos una serie de trapos antiguos de excelente calidad. Siempre encuentras algo que no te hace falta, pero que acabas comprando.

Verdura, carne y especialmente quesos, más el pan correspondiente se encuentran en abundancia en estos mercados. Pero nosotros esta tarde compraremos el queso en una quesería de St-Remy.

De allí una hora de camino por buenas carreteras hasta el pueblo turístico de Les Saintes Maries la mer…Pasando por el corazón de la Camarga. Marismas, arroz, viñas, aceite y sal conforman la productividad de esta zona privilegiada. Además de la ganadería de toros y vacas bravas. No se utilizan en las corridas de toros, ya que sus características no se adapatan a ese tipo de espectáculo. Pero como buenos animales bravos y de lidia se utilizan en los festejos de toreo sin capa. Muy popular en esta zona. Luego está el caballo camargués que nace oscuro y cuando empieza a ser adulto, a los dos años, se transforma en un caballo blanco de muy bella estampa. Toda la Camarga está jalonada de estas fincas dedicadas a la cría de uno u otro animal.

Saintes Maries de la Mer está situada a un kilómetro al este de la desembocadura del Pequeño Ródano (Petit Rhône) y está formada por tierras aluviales (al oeste) y marismas (al este), donde se encuentra la albufera del Vaccarès, de las más grades de la zona. Es célebre por la peregrinación anual (25 de mayo) del pueblo gitano en devoción a su patrona, Santa Sarah y la peregrinación de finales de octubre.

Siguiendo con la tónica turista de este viaje nos embarcamos en un bateau que recorre el Petit Rhone y que te permite previo pago de 12 € ver el interior de la Camarga desde el río. Algún cisne, unos toros “libres”, me río yo. Caballos y toros en una finca puestos para el turista que paga. Pero que es la única manera o si tienes un amigo que te lleve a la finca de otro amigo…

En Saintes Maries de la Mer vale la pena su iglesia, consagrada en el siglo XII, pero que ha sido multirestaurada. La población en su totalidad conservan cierto aire de pueblo costero, pero que en realidad está dedicado al turismo.

Allí comimos en un chiringo sin más pretensiones…22 euros por barba por un pescado fresco y un bacalao, fresco con cierta gracia. No me acuerdo ni del nombre.

Por la tarde, a primera hora…y un recorrido de 32 minutos…llegamos a Aigües Mortes, al otro lado de la Camarga. Cruzarla de norte a sur es una bonita experiencia. Las marismas, lagunas con encanto y otras lindezas se agradece, incluso con el calor que corría.

Aigües Mortes es la sorpresa para este viajero. Había oido hablar de ella, pero no imaginaba que tuviera tanto encanto. Incluso hay locales, como Choco, que tienen alma, la de su dueña en este caso. Pero toda la población intramuros respira estilo, por muy turística que sea.

Por ejemplo en la iglesia junto a la plaza de San Luis, la estatuta es imponente, entras y los vitrales son pinturas contemporáneas, lo que indica una cierta gracia. Pero te detienes a escuchar la música que suena en los altavoces de la iglesia y es flamenco. La devoción de los gitanos a su virgen….impresionante. La rue de la republique hay que andarla. Tengo que decir que aquí también utilizamos el trenecillo del turista que recorre la totalidad de las murallas y puedes de esa manera ver todas y cada una de las puertas, muy recomendable. Luego a pasear por el interior, que no se te escape nada.

Los de turismo de la zona dicen de esta población: El nombre de Aigües-Mortes proviene del latín Aquoe Mortuoe y se refiere a la época en la que la ciudad aún no existía y únicamente se encontraban en la zona marismas y pantanos. Toda la región costera desde Agde y Sète es una llanura litoral que antaño fue muy pantanosa y donde el poblamiento era muy reducido.

En 1240 el rey francés Louis IX buscaba precisamente abrir esa zona de su reino, recién ocupada, al Mediterráneo. De esta forma se ponía en contacto al reino con el Levante y sus grandes puertos, puertas para el comercio con Oriente Medio y Asía. En aquella época la costa no se situaba tan lejos y los brazos del Ródano permitían salir al mar y al mismo tiempo refugiarse de la piratería. Aigües-Mortes también será puerto de salida de los cruzados francos, de hecho, sería el primer puerto del Reino de Francia.

La aldea originaria pertenecía a un monasterio. Fortificado, el nuevo puerto se convirtió en ciudad real, exenta de impuestos, particularmente, los que grababan la sal, bien preciado en aquella época.

De ese tiempo data la construcción de la carretera para comunicar el puerto y la tierra firme, por encima de las zonas pantanosas, que fue protegida por la Torre Carbonnière. Además para proteger la ciudad se construyó un gran torreón que pudiese albergar una guarnición, la Tour Constante, y después todo el sistema de murallas que contienen la ciudad vieja.

Con el paso de los siglos, la acumulación de limo y arena del Ródano y el alejamiento de la costa provocaron la pérdida de valor estratégico y portuario de Aigües-Mortes. En 1481, cuando la Provenza fue anexionada por el reino de Francia, el puerto perdió toda su importancia, siendo desplazado por Marsella y sobre todo Tolón.

Hoy la ciudad ha crecido pero sigue siendo un pequeño pueblecito de unos 7.000 habitantes. En verano, sin embargo, es difícil aparcar intramuros y los cafés y restaurantes, las pequeñas plazas y las tiendas de souvenirs están repletos. Cuidado. Es recomendable no entrar con el coche en la ciudad y aparcar en los aparcamientos adyacentes, indicados con P en el mapa.

El recinto amurallado

El estado de las murallas que encierran la ciudad vieja, es uno de los mejores de Europa para un recinto medieval. Construido en el siglo XIII como baluarte para la defensa del asentamiento, la muralla y sus veinte torres se extienden a lo largo de 1.640 metros, creando una ciudad cuadrada.

La torre de Constance sirvió de prisión ya desde el siglo XIV, primero para los Templarios, en 1307, después, durante las guerras de religión para los protestantes y en el XVII para los Camisards.

Otra de las atracciones principales de la ciudad se encuentra fuera de la misma. Se trata de las inmensas salinas. Éstas se encuentran saliendo de Aigües-Mortes  (la Camargue) en dirección de la ciudad turística de Grau du Roi (Rive gauche). Explotadas desde la época romana, hoy todavía las montañas de sal (camelles) se alinean en el paisaje llano y atestiguan la permanencia de una actividad agrícola relativamente respetuosa con el medio ambiente.

Las salinas de d’Aigües-Mortes, producen cada año 450.000 toneladas de sal, recogida una vez por año, a finales de agosto o septiembre. La sal, naturalmente blanca, es muy sabrosa y merece el precio que cuesta. Si pueden, degusten cualquier marisco aderezado con los trocitos de flor de sal (Fleur de sel de Camargue) y disfruten.

Además de la parte gastronómica e histórica, las salinas son lugares de nidificación para miles de aves migratorias. La diversidad de la salubridad y la ausencia de poblamiento humano ofrecen un entorno apacible y alimento abundante para muchas aves que nidifican o hacen de las marismas una escala en sus largos viajes entre África y Europa.

Los amantes de las aves podrán disfrutar de un entorno privilegiado a dos pasos de las playas (muy recomendable la playa de L’Espiguette, junto a Grau du Roi) o el bullicio de Montpellier o Marsella.

El resto de la tarde se la dedicamos a Saint Remy de Provenze, una de las ciudadades emblemáticas de la Provenza. Sus calles, sus comercios, todo respira arte. Incluso la tienda de souvenirs es como si pasara Van Gog en ese instante.

Y es en Saint Remy donde compramos los quesos para la cena…hay en sus calles una quesería de lo mejor de Francia, justo al ladito del bistró  de la Maria, donde esta misma noche cenaba Charles Aznavour.

Cada vez que recalamos en esta ciudad se incrementa el idilio entre ella y yo. Después de pasear una y otra vez por sus calles, nos encontramos con un convite de porque si de un restaurante (vino rosado de la zona, no bendol) y una boutique de aceite, la tienda de uno de los molinos de la zona con productos autóctonos de excelente calidad. Musica en directo en la calle y glamour de st Remy. La tentación es débil y a lo gratis respondemos todos. Lo mejor es que después salimos de la tienda cargados de cosas que no necesitas, pero que forman parte de tu equipaje desde ese momento.

Un refresco en uno de esos bares de siempre, donde una señora daba cuenta de un ricart y a cenar los quesos que hemos comprado. El manyetes 2008 le va que ni pintado. Hasta mañana, nos vemos en el mercado de turno.