La restauración de la Generalitat en la persona de Josep Tarradellas i Joan comportó una de las grandes victorias de las primeras elecciones legislativas de la España postfranquista. Nadie duda hoy que el regreso del President en el exilio marcó la trayectoria de lo que posteriormente sería el Estado de las Autonomías. Primero homologando la recuperación de aquellas habían aprobado su estatuto antes de acabada la contienda civil. País Vasco, Catalunya y Galicia. A la que se le añadiría (por vía del pacto político) la Andalucía de Felipe González que reivindicó la figura de Blas Infante y como no eran tiempos para la confrontación se coló en la vía ancha.
Pero para llegar a aquel 23 de octubre de 1977. Josep Tarradellas tuvo que atravesar un largo camino de renuncias políticas para conseguir la mayor que era devolverle a Catalunya la institución que el régimen de Franco había aniquilado. Tarradellas se entrevista y negocia con gobierno, el de UCD, surgido de las urnas pero prisionero de la “sacrosanta unidad nacional”. Suarez ya había rozado los límites con la legalización del PCE y el PSUC. Y se aventuraba a restablecer la Generalitat de Catalunya como otra prueba del 9 de la democracia española. La figura era la de su presidente en el exilio, que supo entender desde el pragmatismo los términos de un acuerdo que satisfacía a las dos partes. Porque había voluntad política de consensuar una sistema mixto de convivencia que permitiera trasladar a la sociedad la importancia de recuperar las instituciones, como signos de identidad.
Tarradellas pudo adoptar posturas maximalistas que hubieran llevado a una negociación larga en el tiempo (haciendo futuribles en 1977) poniendo en peligro el objetivo básico. No, como buen político (pragmatismo) prefirió un acuerdo rápido que permitiera entrar en una “legalidad” cogida por los pelos (las competencias de la Diputación provincial de Barcelona) y asentar la institución en la España democrática. No era lo que seguramente le apetecía a él y ni mucho menos a nostálgicos (en su pleno derecho) de una independencia por la vía de la ruptura. Pero estoy convencido que para los comprometidos era un primer paso y a los indiferentes (haberlos hailos) ya les estaba bien. El resultado han sido unos años de convivencia exenta de problemas graves. Eso si todos nos hemos ido tapando las vergüenzas del desequilibrio territorial hasta que la crisis económica del 2007 y otras “lindezas” desde el Madrid centralista han logrado romper equilibrio social entre los del si “ya nos vamos” y los del no “no queremos irnos”. Además una movilización extraordinaria durante estos últimos cinco años y una aritmética parlamentaria donde 10 diputados condicionaban a los 125 restantes ha acelerado un proceso que ha pasado de la vía del convencimiento de la mayoría social a la imposición de la inmediatez (craso error) que nos ha dejado huérfanos de reflexión exenta de sentimientos, nos ha llevado a un precipicio cavado desde la “legalidad” constitucional convertida en arma arrojadiza (el 155) contra los “díscolos” catalanes. Y ahora nadie sabe como salir…escuchen a los “savios” opinólogos y verán el susto que llevan en su cuerpo. Porque a pesar de sus grandes conocimientos (los tienen), aunque algunos desconocen las consecuencias históricas que construyeron los cimientos de esta situación. Sobre la hornada de políticos que les ha tocado decidir sobre este berenjenal…¿Serán capaces de entender que la renuncia también puede ser una victoria?…”que cada uno ponga su propia opinión”