Alguién en su sano juicio dudaba que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias llegarían a un acuerdo de gobierno antes del límite para unas nuevas elecciones?. No, verdad?.
No sé si ustedes, pero yo tenía la certeza de que, como en otras ocasiones, los postulados maximalistas, que ahora se conocen como “líneas rojas”. Irían dejando de ser maximalistas y líneas rojas a las primeras de cambio.
Primero porque cualquier político que se precie se presenta a unas elecciones para gobernar. El señor Iglesias lo dijo desde el minuto cero. El señor Sánchez porque lo necesita si no quiere acabar mañana con su incipiente carrera política. Con estos condicionantes, el acuerdo es mucho más fácil.
Segundo porque el señor Iglesias sabe que si gobierna tiene cuatro años para paliar la desilusión de parte de su electorado por haber renunciado a posicionamientos que a priori se consideran ideológicamente básicos. Una política de izquierdas basada en “la terrible herencia recibida del PP”, más algunas conquistas sociales y cuatro decisiones de cara a la galería pueden suponer un bálsamo a esa desilusión.
Tercero porque el primer objetivo de PSOE y Podemos es que no gobierne el PP y ese acuerdo permite zanjar con éxito la mayor de las reivindicaciones de la izquierda en este país.
Lo del referéndum en Catalunya, tal como está el panorama en esa Comunidad puede perfectamente aparcarse para ocasiones más propicias.
Qué lejos quedan ya las manifestaciones reivindicativas de los catalanes. El “proceso” como así se le conoce está sufriendo un deterioro en el porcentaje de “independentistas convencidos” que pone en peligro su continuidad. Los errores políticos de sus dirigentes lo están convirtiendo en testimonial.
Por su parte el señor Sánchez sabe que la única fórmula de mantenerse en Ferraz es gobernar y devolver a muchos militantes los puestos de trabajo que están sujetos a los vaivenes políticos.
Con este panorama el señor Albert Rivera se ve abocado a tomar una de las grandes decisiones políticas de futuro que nunca le hubiera apetecido tener que tomar.
Sabe que al menos el 80% de sus votos fueron en su momento votantes del PP. Sabe que su apoyo (la abstención bastaría) a un eventual pacto Iglesias-Sánchez le crea una posición muy incómoda en el espectro social de los que le han votado en estas elecciones. Ya no digamos en las empresas del Ibex-35 que han apostado con su dinero la necesidad de crear un partido de centro derecha que aglutine a los votantes defraudados por la la situación interna del PP por la vía de la corrupción.
La gran duda de Rivera es simplemente que la decisión que tome repercutirá en el futuro inmediato o a largo plazo en su partido y en su liderazgo.
Apoyar a Sánchez en su aventura con Iglesias le crea la duda de si recuperará en cuatro años la credibilidad perdida ante ese electorado que viene del PP y ante los poderes económicos que sustentaron su aventura política. Esa decisión dejaría al PP como único partido de centro derecha en la oposición lo que le permitiría emprender una regeneración interna quitándose el lastre de corruptos y sospechosos.
No apoyar al tándem Sánchez-Iglesias le supone la duda de si en las elecciones del 26 de junio volverá a tener la posibilidad de ser decisivo ante cualquier fórmula de gobierno en España.
Muchas son las opiniones favorables a una u otra decisión del señor Rivera. Pero solo a él le corresponde resolver la duda de Albert Rivera.