SIN IDEAS
La derecha política (tradicional como nunca) acude a la supuesta incoherencia entre el Pedro Sánchez de ayer y el Pedro Sánchez de hoy. Las redes sociales se llenan de vídeos de aquel aspirante que utilizaba la demagogia como diccionario político. Lógico si tenemos en cuenta que entonces, Sánchez, no tenía ninguna responsabilidad de gobierno, ni siquiera en el PSOE de Susana Diaz. Todo valía para sacar la cabeza y amenazar al poder constituido, ya sea “su” Susana o Rajoy. Hoy, el Sánchez presidente del Gobierno, dice y hace lo contrario de lo que dijo entonces. También lógico. No en vano debe responder a las exigencias del cargo y a las políticas que vienen de su otro “estar”, Europa. Alternar con Merkel, Macron, Costa y otros, donde las decisiones comportan compromisos y muchas renuncias confieren una mayor capacidad de perspectiva y a la vez de encaje que pueden cambiar en un instante tus proyectos personales o de estado.
Siempre he sostenido que “gobernar es de derechas”. Gobernar en la España de 2020, donde estamos abocados a una crisis sanitaria de una envergadura (incalculable a día de hoy) que supera las expectativas más pesimistas y que comporta una crisis económica y social de consecuencias devastadoras para el sistema de convivencia actual entre las diferentes clases; es una tarea muy complicada y más si se hace desde la atomización ideológica del poder legislativo. La necesidad de aplicar políticas determinadas (provenientes de Europa) contrarias a las que ideológicamente sustentan al gobierno hacen necesario un ejercicio de renuncias que para una derecha o una socialdemocracia posibilistas pueden ser asumibles (los diferentes gobiernos desde el advenimiento de la democracia, así lo corroboran) Pero para una izquierda que se sustenta en valores ideológicos surgidos de la “dictadura del proletariado” transformado en un populismo moderno pero sin renunciar a la lucha de clases. Nada que ver con “los descamisados” de Alfonso Guerra, que a fin y a la postre vinieron a incrementar aquella clase media surgida de los postulados económicos de Boyer y Solchaga. La renuncia de esos principios por parte de esa izquierda “más radical” (si es que todavía queda) les obliga a juegos malabares ante sus votantes que piden encarnizadamente centrarse en esa “lucha de clases” con tintes bolcheviques, perdón, bolivarianos quería decir.
La aprobación de los presupuestos generales del estado (la columna vertebral sobre la que descansa cualquier salida a la crisis económica y social) que incidirán decisivamente en los modelos sanitarios y de educación a corto y medio plazo (donde las ideologías juegan un papel fundamental) necesitarán los votos de los partidos del pacto de investidura y la abstención de otros. Dejamos la oposición en su bancada…pero en esa votación se han de mezclar: socialdemocracia, derecha burguesa catalana, izquierda posibilista (más vale gobernar que en la oposición) izquierda radical (por ahí no paso a menos que tenga que pasar) independentismo (ahora a largo plazo) democracia cristiana soberanista (jesuitas de Deusto en acción, están de moda). Ya no considero ni la posibilidad de Ciudadanos, un centro derecha antagónico con algunos descritos anteriormente. Pero si la abstención de abertzales y otros situados en la izquierda intransigente, incluso alguna parte de la burguesía catalana que le ha venido negando el pan y la sal al Sánchez del estado de alarma (puigdemont dixit)
Para que esta posibilidad (los presupuestos) tenga visos de realismo a corto plazo ha sido necesario recrear el “frentismo político” o lo que es lo mismo: todos contra la derecha “españolísima” de los gobiernos de Aznar y Rajoy (siempre con la venia del PNV. En su día apoyó a uno y otro. Con la iglesia hemos topado) En estos tiempos la corrupción parece exclusiva de ese Partido Popular de la Gurtel, de la Kitchent, etc. Nos olvidamos de los casos flagrantes que afectan directamente a gobiernos del PSOE…los ERES, el AVE y otro etc. Al PNV recientemente (perdón divino incluido) Dejémoslo ahí que bastante tenemos los “pagaimpuestos” con seguir las series “B” de nuestra clase política.
Ese frentismo se sustenta, según dicen en la “tele”, en las broncas que a diario se suceden en el Congreso de los Diputados. Donde se discute con demasiado acaloramiento y encono, incluso con la pérdida del decoro exigido a personas de “educación refinada”, sobre cuestiones trascendentales para la ciudadanía de un país que asiste atónito a este tipo de luchas que se plantean en función de la influencia en las encuestas de opinión.
Nos hemos olvidado de los grandes debates en el legislativo durante la II República. El Diario de Sesiones de las Cortes es testigo mudo, pero implacable, de los duros enfrentamientos dialécticos entre derecha e izquierda, en las dos épocas bien diferenciadas, el gobierno de derechas 1933-1935 y especialmente después de la victoria del Frente Popular en febrero del 1936. Una época convulsa donde los debates se centraban en modelos de sociedad y especialmente en ideologías contrapuestas en una Europa donde convivían desde el nacionalcatolicismo, el fascismo, el comunismo stalinista, la socialdemocracia en Suecia o el nazismo excluyente en una buena parte de la Europa central.
Hoy, con una Europa abocada a un capitalismo social en contraposición a las teorías mercantilistas de la Escuela de Chicago. Donde el pensamiento keynesiano tiene mayores adeptos, incluso en gobiernos conservadores. Nosotros nos dedicamos al debate de la anécdota, poniendo el énfasis en “el tu más”. Mientras dejamos de lado el debate de las ideas que han de marcar el futuro de la sociedad española. Modelos como el sanitario o el educativo necesitan un consenso social y especialmente político para asumir los cambios necesarios que nos permitan alcanzar los grados de madurez y bienestar para afrontar un futuro ciertamente incierto después de la pandemia. Seguramente el episodio colectivo más dramático que ha vivido la sociedad española desde la “hambruna” de después de la Guerra Civil de 1936.
El espectáculo está siempre en función de los actores…porque en este caso la mano del director de la obra no se nota. A lo mejor debemos ir pensando en cambiar el elenco, porque el público tampoco es el de ayer y no han sido capaces de entender la evolución de una sociedad dinámica en un mundo dinámico.