NO PUEDE SER UNA ESPAÑA REAL

Voy a contarles una historia que no se si la hubiera firmado un tal Hitler o Jack el Destripador y que a mi personalmente me supuso uno de los momentos de mayor violencia que me ha tocado vivir en tiempos de libertad.

Sucedió una noche en ese “paraíso” donde suelo ocultarme del mundanal ruido y de las grandes conurbaciones para saborear, especialmente en invierno, la idiosincrasia de las personas sencillas. El paraíso cuando no se llama Olba, se llama Formentera, la pequeña de las Baleares, como es el caso. Allí después de cenar, a horas ya intempestivas, cuando cenan y bien los camareros del restaurante. Un señor, por aquello de utilizar el calificativo, se sentó (parece que era cliente habitual de veranos anteriores), yo no tenía el gusto de conocerle. El “señor” aquí ya entrecomillado porque su relato empezaba a ser ciertamente una película de terror con psicópata incluido, estableció cátedra sobre el siguiente argumento: Yo vivo en Catalunya y allí puedes estudiar en inglés, alemán, japonés, chino, francés, italiano y catalán, pero nunca en español. Obviamente quienes también vivimos y hemos vivido a lo largo de 56 años en Catalunya, quisimos terciar de forma dialogante para decirle que eso no era rigurosamente cierto. El individuo se fue creciendo en actitud y exposición y llegó al límite de la violencia cuando dijo: “Ahora en cada escuela o colegio hay comisarios políticos de los (agárrense) fascistas nacionalistas catalanes que impiden a los niños hablar en español en los recreos”. Como ustedes comprenderán, solo hice mención al respeto que merecían  los trabajadores que estaban cenando. La respuesta, digna de análisis psiquiátrico con conclusión de “hay más fuera que dentro” fue “me importa una mierda su respeto, lo que le digo es la única verdad”.

Soy aragonés, español y cuando escucho a semejante esperpento  me declaro independentista catalán. Porque por tipos de esta calaña, cuidado catalán y con estudios, el índice de personas que quieren la independencia de Catalunya se ha elevado hasta el 43%. Necesitamos hacer una reflexión conjunta para que argumentarios como el del “psicópata” y otros de mayor alcance no acaben por inflar esa cifra que es de por si significativa.

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